jueves, 28 de mayo de 2009

(In)seguridad.


Cada vez que abro un diario, o prendo la televisión, escucho o leo que alguien fue robado, asesinado, violado, maniatado, bla bla, lo que sea.
Y no es que yo descrea de lo que me dicen los medios, porque no es que yo considere que los medios de comunicación son tendenciosos, y que generalmente buscan crear las bases para aplicar la difusión del discurso hegemónico. No, para nada. De más está decir, que tampoco es que desconfíe de quienes manejan las enormes multinacionales, que a su vez manejan las empresas, que a su vez manejan las cadenas de medios en nuestro país. Que, claramente, no es que yo piense que toda esa maquinaria no tiene ningún interés político.
No, claro que no.
Por eso, como decía, siempre escucho-leo-veo que la "seguridad" de alguien fue ultrajada por algún que otro mal viviente.
Curiosa palabra, mal viviente.
Pero bueno, no es la idea comentar mi posición político-ideológica en este momento, si no que me interesaba comentar otra anécdota.
Que tiene que ver con robos y esas cosas, claro.
Hace no mucho, pongamosle octubre del año pasado, una de las agrupaciones del movimiento político en el que milito, organizaba un Encuentro de Estudiantes. Y nos llamaron para ver si les podíamos dar una mano en la pegatina de los afiches (por pegatina, entiéndase a la acción de preparar un buen engrudo y salir por las paredes de la facultad a pegar, con engrudo claro está, los afiches del encuentro en cuestión). No voy a decir que no tenía nada mejor que hacer un martes a las doce de la noche, pero bueno, fui.
La pegatina transcurrió con normalidad, de hecho mi partida se dio con normalidad, arranqué la caminata por Av. 7, tranquilo escuchando música, como hago siempre que camino por la calle solo.
Al dar la vuelta por plaza Italia tuve la sensación de que algo me iba a pasar. Curiosamente, yo no soy de las personas que saldrían en los diarios, noticieros de actualidad, porque usualmente no me roban, ni me violan, ni (claro está) me matan, porque si no no podría estar escribiendo. Pero ese día, me dio la sensación de que mi suerte de "no-robado" se estaba por acabar. Cómo sea, seguí mi camino tranquilo y decidí doblar en calle 44.
Al doblar, sentí una presencia atrás, la clara percepción de que alguien me estaba siguiendo, y al mirar hacia atrás por una vidriera (recuerdo que soy cobarde, muy cobarde) confirmé mis sospechas. Un masculino, de más o menos mi estatura caminaba en línea recta a mi silueta, solo que unos metros más atrás.
En ese momento se me ocurrieron dos posibilidades (como verán, generalmente establezco criterios binarios para resolver las situaciones cotidianas):
a) seguir por 44, el kiosco que está a metros de 8 y vende pasajes del micro Plaza, estaba abierto con luz y había varias personas ahí, esperando el colectivo.
b) doblar en 8, nomás, aunque muchas luces no hubiera y las posibilidades de cruzarme con un transeunte fueran escasas, pero... ¿¿qué me van a hacer??
Claramente decidí doblar en 8, hacer la pantomima de desconfianza me robaba tiempo y además, no tenía ganas de desviarme, ya había caminado bastante.
Una vez más, la pereza y las decisiones estúpidas le ganaron al razonamiento conciente de un obsesivo-compulsivo.
Doblé en 8 y sentí como la sombra que me seguía doblaba conmigo, tan solo unos metros por detrás y con la seguridad de que tenía el campo libre para ejercer su propósito sin siquiera molestarse.
Al pasar por un negocio, se prendió uno de esos reflectores que se activan con el calor y no sé cómo se encienden solos y al minuto se apagan. Y en ese mismo instante, mi compañero de ruta decidió alcanzarme, y chistarme. Yo, como dije antes, venía muy choto con mi mp3, escuchando vaya a saber qué (porque la verdad no me acuerdo), pero puedo asegurar que cuando sentí la figura a mi lado, no me infarté porque tengo mucha suerte.
El muchacho no pedía mucho, solo me explicó lo que ibamos a hacer:
-Mirá, vamos a hacer esto, vos me vas a tener que dar toda la plata. -me dijo mientras tenía su mano sugestivamente en el bolsillo de la campera.
Yo sabía que adentro de ese bolsillo no había nada, pero... ¿y si lo había? La verdad no tenía ganas de angustiarme por los $30 que tenía en la billetera.
A esta invitación yo respondí gentilmente:
-Bueh -dije - si no queda otra.
Y mientras nos dirigíamos al cruce de 8 con la diagonal 77, retiré el dinero de la billetera. Y atiné, responsablemente, a preguntarle:
-¿Si te doy la plata no me hinchás más las pelotas?
Su mirada fue extraña, creo que se esperaba algo de miedo de mi parte. Pero a decir verdad, misteriosamente, yo no estaba asustado. Respondió negativamente, si yo le daba mi dinero, él se iba tranquilo.
Así que procedí, y al llegar a la esquina llegó el tiempo de las justificaciones y disculpas:
-Mirá, disculpame, yo no te quería hacer esto... es que necesito la guita. -dijo mi compañero de ruta, con la voz algo consternada.
-Y viejo, yo también la necesito... pero bueh, ya está. -respondí en tono amistoso, no podía enojarme con un muchacho de más o menos mi edad, que me estaba robando a las doce de la noche de un martes de octubtre - lo que sí, -agregué - la próxima vez, tratá de no asustar a la gente, porque casi me infartás cuando apareciste por el costado!
No sé si hacía lo más correcto, invitándolo a no asustar a sus próximas víctimas, pero bueno, tenía que decirselo.
-UH! Perdoname -me replicó, sorprendido - de verdad, no quise, perdón, no te quería asustar, es que... no, perdón viejo!
Y sí, mientras me pedía disculpas, me largó un abrazo. Y ahí estaba yo, abrazando al muchacho que minutos antes me estaba robando, en el cruce de diagonal 77 y 8, a las doce de la noche de un martes de octubre.
Después del abrazo, él arrancó para la plaza Italia, supongo que a encontrarse con sus amigos o familia y yo arranqué para el lado de mi casa, a encontrarme con mi cama cálida, con mi mp3 en mi poder y riendome de la situación que acababa de pasar.

1 comentario:

Sebastián Sastre dijo...

Pobre muchacho... quizá quería robar un abrazo y la plata era solo una excusa...

Y vos escuchando las spice por la calle como siempre... que cosa, que suerte que tuvo el muchacho.